Creo que hoy me siento como Bridget Jones: patosa, con (muy) poca suerte y con la necesidad de escribir un diario. Así, después de mucho tiempo, me animo a escribir mis experiencias y compartir lo que he pensado y sentido durante estos meses de confinamiento. Y es que para mí, ha sido un confinamiento doble… En fin: espero que ya estéis sentados y preparados para sentir algún tipo de emoción.
La cuarentena de esta guapa con encanto inició el 29 de febrero cuando me encontraba con un grupo de amigos celebrando el fin del máster. Aún recuerdo: local lleno, música, bebidas, amigos y mucha diversión. Ese día había decidido ponerme guapa con (encanto y) tacones, tanto que al salir de casa me detuve y me dije: “Emily dónde vas así, para que te diviertas más debes ponerte sneakers”. Parecía mi madre hablando… y la verdad, lo consideré por un momento, pero cuando estaba a punto de volver para cambiarme, decidí no hacerlo: “venga, así vuelves pronto y sólo vas a cenar y no a bailar, además irás en taxi”.
En la cena hice de fotógrafa porque, si algo debo reconocer, es que mi hobby se me da bien. Recuerdo que por fin estaba relajada, me había pasado todo el máster muy estresada por la presión, los inconvenientes que surgieron y mi ritmo de vida que no me dejaba tiempo libre. Mis compañeros hicieron un juego que consistía en dar diversos diplomas, no obtuve el de la más inteligente ni de la más guapa, ni de la más encantadora, ni tampoco alcancé ser la más instagramer, pero fue divertido saber cual característica personal destacó en este grupo de amigos.
En un curso de marca personal aprendí que para crear tu selfbranding son importantes tres aspectos: como te ves, como te ven y como quieres que te vean. Esto cambia mucho de acuerdo a los grupos ya que el juego de roles, el equilibrio de grupo y las situaciones influyen mucho para adoptar cierto comportamiento. Pero esto ya os contaré en otro post. De momento, sólo os adelanto que no lo practiquéis con el chico que os gusta porque lo vais a asustar. Yo uso estos conocimientos sólo por trabajo, en otros aspectos os recomiendo ser uno mismo para estar relajados y disfrutar.
Mi salida, desde luego y a pesar de mis iniciales intenciones, no terminó con la cena. Estaba claro que toda despedida merece cerrarse con algo especial, me dijeron los compañeros, y la verdad es que no les costó demasiado convencerme. Así que fuimos a bailar, y debo reconocer que en cada canción odié mis tacones – son esos los momentos en los que te acuerdas de tus amigas feministas y les das razón con eso de que para ser femenina no hay que usar calzado que te esclaviza. Como mis tacones se habían rebelado contra mí, pensé que estaría bien hacer una llamada para acabar mi noche. ¡Lo que nunca imaginé es que mi noche terminaría hecha un desastre!
Todavía lo recuerdo como si fuera ahora: salgo muy emocionada, bailando al ritmo de la canción de Rosalía, con la intención de hacer una llamada. Al mismo tiempo un chico corpulento y algo despistado, para ser amable con mis palabras, decidió salir a fumar en el preciso momento que mis tacones me dirigían hacía afuera del local. Saco el móvil y, mientras veo la cantidad de mensajes que me habían llegado, escucho algunos cumplidos que este, con la cerveza en la mano, me dirige. Ni lo miro y quizás ese fue mi error. De pronto, una mano sobre mí pecho, otra sobre mi hombro, y este brillante chico, que tendría (siendo generosa) el doble de mi peso, decide amortiguar su caída sobre mí. ¡Vaya brillantez! En cámara lenta puedo revivir ese momento. Mi aichhhhhh, su “lo siento, estás muy guapa” y los “ostias la has liado” dicho por los testigos.
En ese momento tragas saliva, te pones valiente porque la vergüenza te acompaña, quieres a toda costa desaparecer y que no te digan oh pobre, vamos, lo típico: “no ha pasado nada, ya estoy bien, yo puedo sola”, sí si en mi imaginación. Sólo ponerme de pie y fue un nuevo crack; un pasito y dos crack crack – sí, los dos pasos que dí parecían el tra tra de la canción de Rosalia.
Vaya, sólo me quedó mirar con cara de angelito a todos y asentar la cabeza para confirmar que no podría sola. Las lagrimas por el dolor infernal caían descontroladas y dos chicos, muy guapos por cierto, me alzaron y me acompañaron hasta llegar la ambulancia. En el medio de todo eso mi fan corpulento, que se había arrojado hacia mis brazos que nunca lo recibieron, desapareció, feliz, ebrio, e inconsciente de lo que había provocado. Nunca más lo volví a ver. Mi pesadilla, en cambio, acababa de empezar.